José Linares

Hacia el 2015, nuestro país logró cumplir con el compromiso del Milenio. Pudo disminuir la proporción de gente que sufre de hambre a la mitad respecto a la registrada en 1990. La meta fue cumplida aún cuando Yamada y Basombrío (2007) en su publicación “¿Se puede reducir el hambre a la mitad en el Perú?”, habían proyectado que esto se cumpliría siempre que la economía peruana creciera a un ritmo de 7% anual entre 2005 y 2015. Sin embargo , la disminución de la economía de los últimos años no afectó este indicador;debido a la priorización y eficiencia del gasto. No obstante, la situación sigue siendo desoladora para 2.3 millones de peruanos que siguen estando subalimentados, de acuerdo al último informe de la FAO al 2015 intitulado “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo”.
Por:

Eco. Jose Linares Gallo

Desde 1992 al 2014, el Perú ha reducido su tasa de población sub alimentada de 31.6% a 7.5% (algo que sin duda es un logro notable); sin embargo, en términos de la población absoluta afectada por este flagelo las cifras solo han pasado de 7 millones a 2.3 millones de personas en el mismo período, según el mismo documento FAO. Suficiente para superar la meta pero no para desarrollar el país. “Mejorar está bien, pero cuando hablamos de hambre, mejorar no es suficiente” ha dicho recientemente José Graziano Da Silva, Director General de la FAO. Y no le falta razón. Según UNICEF, hasta el 50% de la mortalidad infantil se origina, directa o indirectamente, por un pobre estado nutricional. Y quienes tienen la suerte de sobrevivir —como veremos más adelante, cargan con una pesada desventaja económica y social que los acompañará durante toda su vida.

Según el Plan Nacional para la Reducción de la Desnutrición Crónica Infantil (DCI) y la Prevención de la Anemia en el País 2014 – 2016, la incidencia de la Desnutrición Crónica Infantil promedio en niños menores de cinco años se redujo de 28.5 a 18.1% en el período 2007- 2012. Pero no todas las zonas, regiones y localidades han venido superando al mismo ritmo este flagelo. Así mientras que en ese período Lima redujo la incidencia de su DCI a más de la mitad (de 10.5% a 4.1%) en la sierra urbana solo se redujo un tercio (de 49.8% a 36.4%). Por lo demás en el Perú algunos otros indicadores de deficiencia nutricional siguen mostrándose demasiado altos. Este es el caso, por ejemplo, de las tasas de anemia que aunque han evolucionado positivamente en las últimas décadas lo han hecho a un ritmo inquietantemente lento. Así por el Informe Estadístico de la FAO al 2014 intitulado “Food and Nutrition in Numbers sabemos que en el período 1992 – 2014 la tasa de anemia en el Perú cayó de solo de 40 a 31% en el caso de madres embarazadas y de 55.6 a 47.3% en el caso de niños menores de 5 años de edad.

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FUENTE: UNICEF

 

Frente a estas dramáticas cifras es pertinente tener en cuenta que la deseable ampliación y enfatización de nuestras políticas alimentarias aunque justificadas suficientemente por razones éticas y humanitarias, también están fundamentadas en el hecho que ninguna política de impulsar nuestro capital humano con fines de mejorar nuestra competitividad encuentra campo fértil en una población inadecuadamente alimentada. Por ejemplo, se sabe que la desnutrición fetal está asociada a una pésima ingesta de nutrientes por parte de la madre, lo cual afecta gravemente a la arborización neuronal del futuro niño, ya que ésta empieza cuando el feto tiene solo unos pocos meses. Con ello no sólo se afecta su futura capacidad funcional, de trabajo, desarrollo mental e intelectual, sino también su productividad individual y social.

Por otra parte en estudios efectuados en niños con problemas de nutrición de diversas partes del mundo —incluido el Perú muestran que el ayuno de corto plazo tiene impacto negativo en la memoria a corto plazo y en la atención. En respuesta a ello muchos Estados —como era de esperar, han universalizado los programas de asistencia alimentaria para sus respectivas poblaciones escolares.

Los resultados de los desayunos y almuerzos escolares van mucho más allá de los rendimientos escolares ya que como efecto de esta asistencia alimentaria los niños son, por ejemplo, menos propensos a enfermarse disminuyendo el ausentismo escolar ey en términos sociales incrementan su sentimiento de pertenencia a su país.

Una buena educación puede incidir en la salud y viceversa, una buena salud puede incidir a su vez en mayores capitalizaciones educativas. Esta tendencia puede unificar diversas políticas sectoriales haciendo que la escuela sea un pívot de ellas. La escuela,  por ejemplo ,  puede articular programas de vacunación masiva, asistencia a la niñez en riesgo, salud alimentaria, escuela de salud preventiva para madres etc. En concordancia con esta perspectiva la Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, lanzó desde el 2005 la Iniciativa Global de Escuelas Promotoras de Salud en 1995. A su turno la FAO viene promoviendo desde hace algunos años un enfoque denominado «Escuela Completa» sobre la base que el entorno escolar —a su modo de ver las cosas, es favorable a la nutrición y a la salud así como a la participación de todo el personal de la escuela, las familias y la comunidad.

Desde este enfoque multisectorial cada vez se toma más en cuenta que el historial de salud de un niño no empieza con su nacimiento, sino desde la concepción misma. Por lo tanto el derecho de “igualdad de oportunidades” no solo alude al derecho de una educación gratuita de calidad para todos sino además a la capacidad efectiva que tiene el beneficiario para capitalizar dicha educación en su beneficio. Esta posición sustentada por el nobel de Economía (Amayrta Sen), va poco a poco internalizándose en los diseñadores de políticas públicas de diversas naciones. La lucha de Sen, por lo pronto, ya tiene algunas batallas ganadas y así el Indicador de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas es una de sus notables aportes.

Resulta irónico que frente a las Escuelas Promotoras de Salud de la OMS y la Escuela Completa de la FAO, una gran cantidad de escuelas en el Perú todavía no cuentan con infraestructura de agua y desagüe, convirtiéndose en espacios insalubres donde los niños tienen una alta probabilidad de contagiarse mutuamente, aspecto aún más pernicioso en el caso de los niños más pequeños dado que no tienen desarrollado por completo su sistema de defensa inmunológico.

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En efecto en el Perú al inicio del año 2015, según cifras proporcionadas por el propio Ministerio de Educación, solo 41% de colegios públicos disponía de los servicios básicos completos (agua, desagüe y electricidad). Las brechas entre escuelas urbanas y rurales aunque se van atenuando año a año, siguen considerablemente altas: 42 puntos porcentuales para el caso del agua y desagüe y 33 puntos porcentuales para el caso de electricidad.

Las ofertas electorales deberían entonces venir por el lado de proponer no solo escuelas más seguras —como ya algunos vienen demandando frente al crecimiento delictivo, sino también más salubres y “más completas”. Una buena parte del presupuesto incrementado de educación debería por lo tanto asegurar que todas las escuelas al fin del próximo período gubernamental tengan agua, desagüe y electricidad con servicios de salud ,nutrición;esperemos el debate electoral.

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