José Linares Gallo

En el contexto de las recientes decisiones arancelarias de Estados Unidos, que ha impuesto un arancel mínimo del 10 % a todas las importaciones, resulta crucial reflexionar sobre lo que realmente representa esta medida para América Latina y el Caribe. En una región donde la educación está rezagada, la productividad estancada y la infraestructura tecnológica subdesarrollada, ese 10% puede tener un impacto más devastador que un arancel de entre 20% y 30% en economías consolidadas del Asia-Pacífico o Europa. Por eso, cuando algunas voces afirman que se trata de una medida leve o “suave”, están ignorando el enorme esfuerzo que implica cada exportación desde nuestra región, especialmente en el caso de los productos no tradicionales.

Exportar desde América Latina no es un proceso sencillo. En países con bajo ingreso per cápita, desigualdad estructural y con una población que en muchos casos se expresa en lenguas originarias, insertarse en el comercio internacional representa una lucha constante contra las condiciones históricas de marginalidad. Cuando una pequeña empresa logra colocar un producto no tradicional en el mercado estadounidense —sea un textil andino, un cacao de exportación o una pieza artesanal de alta calidad— lo hace a contracorriente del sistema. Es, como diría Churchill, “con sangre, sudor y lágrimas”.

La CELAC, como espacio de concertación regional, tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de leer con lucidez este momento. No basta con declaraciones diplomáticas. Frente a medidas proteccionistas como estas, se requiere una voz política firme y una estrategia común de defensa de nuestras exportaciones, sobre todo las no tradicionales, que no solo generan empleo sino que representan la mejor expresión de nuestra creatividad productiva.

Nosotros seguimos exportando principalmente materias primas, tal como lo hacíamos en el siglo XIX. Y cuando se diversifica la oferta, lo hacemos con escasa infraestructura logística, débil capital humano y poca protección frente a las fluctuaciones del mercado.

En este contexto, cada producto no tradicional exportado es un acto de resistencia y dignidad productiva. No puede ser tratado como si hubiese surgido de las mismas condiciones que en otros continentes. América Latina necesita una defensa comercial propia, regional y bien estructurada. Y para eso, la CELAC debe pasar de ser un espacio simbólico a un actor económico estratégico.

Históricamente, Estados Unidos ha mostrado poco compromiso sostenido con el desarrollo latinoamericano, más allá de ciertos momentos aislados como el intento de John F. Kennedy por impulsar la Alianza para el Progreso. No obstante, hay señales culturales interesantes: universidades norteamericanas comienzan a reconocer el valor de nuestras civilizaciones ancestrales, como la incaica y preincaica, no solo por su arte o historia, sino también por sus aportes al pensamiento organizativo y lógico, como el quipu, que algunos estudiosos reconocen como un antecesor del código binario.

Esto debe hacernos reflexionar: si las raíces tecnológicas y civilizatorias de América Latina son tan antiguas y valiosas, ¿por qué no hemos podido convertirlas en potencia productiva y científica en el siglo XXI? Parte de la respuesta está en la ausencia de políticas regionales sostenidas, en la fragilidad de nuestros sistemas educativos, y en la falta de coordinación frente a desafíos como el que ahora imponen los nuevos aranceles globales.

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