José Linares Gallo

He querido comenzar este artículo revisando la posición de China en los últimos cuatro años en el marco de la CELAC, para salirnos un poco de la coyuntura y observar con más perspectiva la dirección de su estrategia internacional hacia América Latina y el Caribe. Desde 2021 hasta 2025, los discursos del presidente Xi Jinping han mantenido una sorprendente coherencia discursiva y política. En cada intervención —ya sea en video, en carta o en mensaje diplomático—, Xi ha insistido en al menos cinco ideas clave: el apoyo a la integración regional, la importancia de fortalecer la cooperación Sur-Sur, la necesidad de una comunidad de destino compartido, el reconocimiento del papel de la CELAC en la estabilidad regional, y el impulso de una nueva era de relaciones entre China y América Latina y el Caribe basada en igualdad, beneficio mutuo e innovación.

Estas constantes permiten ver que no se trata de mensajes aislados, sino de una estrategia diplomática de largo plazo. La propuesta de Xi de construir una «comunidad de destino compartido» no es una consigna vacía: se ha traducido en proyectos concretos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la inversión en infraestructura y tecnología en la región, y recientemente, en el caso del Perú, en la puesta en funcionamiento del Megapuerto de Chancay, la implementación de tecnología de punta en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el proyecto del tren bioceánico entre Perú, Bolivia y Brasil, entre otros casos emblemáticos.

En esta IX Cumbre de la CELAC celebrada en Honduras, los acuerdos giraron en torno a la necesidad de fortalecer la soberanía regional, impulsar la seguridad alimentaria, aumentar los lazos de cooperación en salud, ciencia y educación, y respaldar un orden internacional más equilibrado. Estos puntos son positivos, pero siguen quedando cortos en dos ámbitos: la cooperación tecnológica efectiva y la articulación de un plan educativo regional con identidad propia.

Se debe considerar que China y América Latina comparten historias milenarias que pueden hermanarlos. China, con una continuidad cultural, política y escrita de más de 3,000 años, ha proyectado su civilización al presente sin rupturas radicales. En cambio, la civilización andina, cuya expresión madre es Caral, también posee más de 3,000 años de antigüedad y aportes a la humanidad, pero su desarrollo fue interrumpido por la conquista y el colonialismo. Aun así, su legado cultural y agronómico sigue vivo. Este reconocimiento mutuo entre civilizaciones antiguas puede convertirse en base de una alianza estratégica para un desarrollo más humano, sostenible y arraigado en nuestras propias historias, más aún, cuando aún sigue pendiente actualizar nuestra lengua quechua con tecnología y economía para incrementar, significativamente, nuestra baja productividad que, particularmente, en el Ande, genera pobreza y pobreza extrema.

En este contexto, vale la pena contrastar el comportamiento de China con el de Estados Unidos. Mientras el primero incrementa sus inversiones tecnológicas en el Perú, incluyendo la transferencia de conocimiento en sectores estratégicos, Estados Unidos mantiene un modelo comercial basado en el control de mercados y una escasa transferencia tecnológica. El TLC entre Perú y EE.UU., vigente desde 2009, ha tenido algunos beneficios, pero en su conjunto ha favorecido más al país del norte. La eliminación del Sistema de Franjas de Precios, las reglas de origen que encarecen la producción textil, la asimetría en el poder legal en las disputas, y la nula exigencia de transferencia tecnológica confirman una relación desequilibrada. A diferencia del TLC con China, donde hay un mayor equilibrio y una vocación de complementación, el acuerdo con EE.UU. dejó a Perú con menos herramientas para desarrollar su industria.

Frente a los nuevos aranceles unilaterales impulsados por EE.UU. en 2025, China no solo ha mantenido su apertura comercial con la región, sino que ha fortalecido sus importaciones desde Perú, como en el caso del incremento en la compra de frutas planteado hace ya unos años y confirmado por el embajador Ma Hui a inicios de marzo de este año. Esta decisión reafirma el lugar de China como principal socio comercial del Perú.

En suma, la CELAC 2025 ha servido como escenario para confirmar la coherencia estratégica de China, su disposición al diálogo multilateral y su apuesta por una relación civilizatoria con América Latina. En contraste con las respuestas proteccionistas de EE.UU., China ofrece una visión compartida de futuro. El reto para nuestros países es construir una agenda propia que combine nuestras raíces con una estrategia de inserción tecnológica y productiva al mundo. Ahí donde China preserva y proyecta su civilización, América Latina tiene la tarea pendiente de hacer lo mismo con su diversidad y herencia andina.

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