Por: José Linares Gallo
La palabra Orden, bajo la cual mi gran amigo Antero Flores-Aráoz lidera esta nueva organización política, es una de las que posee mayores acepciones. Puede significar mandato, imposición, obligación, exigencia o precepto. Pero dada la vocación democrática de quien ahora la invoca y reclama como nombre partidario, queda claro que se refiere a la armonía, a la concertación, a la disciplina, al método y la diligencia que, lamentablemente, escasean en nuestro país.

Toda sociedad (O Estado) que se precie de ser civilizada y busque ser un vector del desarrollo debe recurrir, tarde o temprano, al orden. El Perú no es la excepción. Sin orden, cualquier sistema pierde eficiencia y termina colapsando. En el desorden se duplican o traslapan funciones, se incentiva la corrupción, en tanto que la mediocridad y la arbitrariedad florecen. Como consecuencia de ello se desperdician los escasos recursos y se desalienta el sentido de Nación. Tal vez por ello seamos uno de los países más pesimistas y desconfiados de la región a pesar de nuestro reiterado crecimiento económico.

(El orden, por el contrario, trae la certidumbre y la predictibilidad para todos los agentes económicos. Como consecuencia de ello, las inversiones se expanden, se animan los espíritus emprendedores y genera un clima de competencia abierta e irrestricta. Por ello el Estado realiza a su vez las mejores decisiones y adquisiciones de productos y servicios para ponerlas en manos de las personas a las que representa). Los continuos latrocinios en los gobiernos regionales son síntoma de que algo anda muy mal en nuestro país.

El Estado por definición alude al equilibrio. No se trata por supuesto de que el Estado genere un clima de certeza total pero sí que este sea su Norte. La Teoría de la Toma de Decisiones es muy clara en este aspecto. Desde ella sabemos que hay tres ámbitos de desarrollo:
- a) El ámbito de certidumbre: que por ahora es un ideal humano.
- b) El ámbito de riesgo: donde las probabilidades cuentan
- c) El ámbito de incertidumbre: donde todo es incierto y ningún método estadístico de probabilidades nos logrará poner a buen recaudo.
El Estado, en consecuencia debe defender el orden. Pero las familias, las escuelas, las empresas y la sociedad también. No se puede concebir un estado ordenado que no se sustente en la diligencia y organización de sus propios ciudadanos. Un Estado fuerte requiere ciudadanos ordenados. Ese es el axioma político que ha llevado al desarrollo a los países del primer mundo. Y en el anverso de la medalla, el desorden explica la suerte que corremos los países del tercer mundo.

El desorden explica —y sobretodo justifica, las recurrentes asonadas golpistas que periódicamente sufren países como el nuestro. Y este quebrantamiento del Estado de Derecho, lejos de poner autoridad imponen autoritarismo, lejos de poner orden imponen mandato y lejos de ofrecer cierto grado de certidumbre antes bien llevan al país a un estado de coma creativo al terminar imponiendo irremediablemente modelos intervencionistas, excluyentes y corruptos.

Pero el orden no se gana solo deseándolo. En la escuela se gana día a día haciendo de la puntualidad un hábito, del respeto a la autoridad una convención inapelable y del cumplimiento de las tareas un comportamiento por lo menos mayoritario. Más aún en el caso del Estado que debería ser un ejemplo del oportuno cumplimiento de las funciones y atribuciones constitucionales.
