José Linares Gallo

El 13 de mayo, ante la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Beijing, el presidente chino Xi Jinping planteó cinco líneas de acción que buscan fortalecer la cooperación entre China y la región. Esta propuesta, centrada en la solidaridad, el desarrollo, la seguridad y la transformación verde, no solo expresa un interés geopolítico creciente por América Latina, sino también una posibilidad concreta para que países como el Perú encuentren aliados estratégicos en la solución de sus problemas estructurales.

Desde hace más de una década, China ha dejado claro que su relación con América Latina no es circunstancial ni extractiva. La lógica que guía esta alianza es la del “futuro compartido”, una visión de crecimiento mutuo que puede ofrecer una alternativa real al estancamiento que vivimos. El Perú, en particular, enfrenta desafíos que no pueden seguir postergándose: inseguridad ciudadana, corrupción en la función pública, informalidad persistente, infraestructura crítica rezagada y un sistema educativo desvinculado de las necesidades tecnológicas del siglo XXI.

Uno de los puntos clave de esta nueva etapa de cooperación es la seguridad integral. En Perú, la inseguridad es hoy la principal preocupación ciudadana. A pesar de los esfuerzos, el Estado no cuenta con infraestructura penitenciaria moderna, ni con sistemas de control eficientes para enfrentar el crimen organizado, el narcotráfico y la violencia urbana. China, con su experiencia en el diseño y construcción acelerada de infraestructura, podría contribuir directamente con la edificación de centros penitenciarios seguros y tecnológicos, y el desarrollo de tecnologías de control digital del delito.

A ello se suma la urgente necesidad de implementar un sistema de alerta temprana ante sismos, algo que países como Japón o la misma China ya han desarrollado. El Perú se encuentra en una zona de alto riesgo sísmico —el cinturón de fuego del Pacífico— y arrastra un silencio sísmico de más de 270 años. Aquí, nuevamente, la cooperación técnica con China puede marcar una diferencia sustancial.

En el plano de la gobernanza, Xi Jinping propuso un programa de solidaridad que incluye el intercambio de experiencias en la administración pública, así como la formación de cuadros para la gestión estatal. Para un país como Perú, donde la función pública está debilitada por la corrupción y la rotación política, este tipo de transferencia de conocimientos puede contribuir a fortalecer capacidades estatales, hacer más eficientes los servicios y generar una cultura del orden y la eficiencia a través de la planificación a largo plazo.

Otro eje central es la formalización económica. La informalidad alcanza al 70% de la población económicamente activa en el Perú. China ha enfrentado procesos de formalización masiva durante su crecimiento económico, y su experiencia puede ofrecer al Perú mecanismos técnicos y legales para integrar a millones de peruanos al circuito formal, especialmente mediante herramientas digitales, plataformas de comercio y banca electrónica.

En cuanto al desarrollo tecnológico e infraestructural, la propuesta de Xi Jinping contempla el despliegue del 5G, la cooperación en inteligencia artificial, conectividad digital e inversión en sectores estratégicos como la energía, la minería y la infraestructura. Estas áreas son vitales para el despegue productivo del país. De hecho, si el Perú logra articular una alianza entre universidades, empresas e inversionistas —como ocurre en China—, podríamos vincularla directamente a la innovación industrial y digital.

Finalmente, el componente de la propuesta cultural y educativa del Estado Chino está ofreciendo becas, intercambios académicos, y proyectos culturales conjuntos. Perú y China comparten pasados milenarios, con desarrollos tecnológicos avanzados desde épocas premodernas. Honrar ese legado mutuo puede ser también un camino para construir respeto y colaboración en igualdad de condiciones.

Además, China acaba de anunciar que los ciudadanos de Perú, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay podrán ingresar a China sin necesidad de visado para estancias de hasta 30 días desde el 1 de junio de 2025 hasta el 31 de mayo de 2026. Esto abre la posibilidad a los peruanos a ampliar sus fronteras turísticas hacia este país (que también cuenta con un Disneyland), además de fomentar que empresarios peruanos, principalmente los pequeños y medianos, incluso los informales, puedan acceder a nuevos insumos, establecer redes comerciales directas y explorar nichos de exportación no tradicionales. 

La apuesta china por América Latina y el Caribe —y por el Perú en particular— no es una promesa vacía. Es una estrategia concreta para enfrentar juntos los desafíos del presente y construir un futuro compartido. Pero esta oportunidad no se materializará por sí sola. Requiere voluntad política y visión estratégica del sector público y privado para generar bienestar.

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