Por Eco. José Linares Gallo
Tal como la educación, el tema de la concertación ha sido una constante en mi preocupación personal y profesional. Ambos —de una forma u otra, concurren a los temas tan vitales de “gobernabilidad” y “competitividad” que hoy se encuentran en plena agenda nacional.
Gobernabilidad y competitividad son impensables sin un mínimo-mínimo de cohesión social. Y es la escuela la que establece las bases de nuestra vida en común forjando igualdad de oportunidades, tolerancia, capacidad de trabajo en equipo, confianza interpersonal y conocimiento.
En el Perú, sin embargo la educación —por una razón u otra, ha sido la “cenicienta sectorial” por muchas décadas. Su crisis no solo se revela en los malos resultados de las pruebas internacionales de PISA, sino día a día con el irrespeto diario de niños y jóvenes hacia los adultos y ancianos, las trifulcas intramuros y extramuros de pandillas en algunos grandes colegios de la República, la indiferencia de las asociaciones de Padres de Familia, etcétera.
¿Por qué nos asombramos entonces que el clima político del país se encrespe tan fácilmente? ¿Por qué nos llama la atención ocupar uno de los puestos más rezagados del mundo en las encuestas de confianza interpersonal?
En el Perú—tendremos que admitirlo tarde o temprano, “el contrato social” está seriamente resquebrajado. Y aquellos que creen ver únicamente en la clase política el mal ejemplo que se difunde “desde arriba hacia abajo” se equivocan. Antes bien es un problema generalizado que alcanza a todos los sectores sin excepción.
Sin embargo vivimos como si nada ocurriera. En las nubes. Desconectados de la realidad o tal vez resignados a ella. Tal como nos ocurriera con el fenómeno terrorista en el segundo gobierno del Arquitecto Belaunde Terry. Eran —como ahora, tiempos de negación. Los terroristas —a decir del gobierno de ese entonces, solo eran abigeos. Y hoy al igual que entonces creemos que aún hay suficiente tiempo para remediar las cosas.
En el trabajo “Construyendo Consensos” hago un análisis del problema del conflicto social en el Perú y propongo avanzar en la elaboración de indicadores sectoriales que permitan cuantificar la magnitud de sus efectos a nivel local y a nivel nacional para lograr una mejor comprensión y administración del fenómeno. De hecho propongo más de una decena de indicadores. Y alerto que es un tema para rato y en crescendo.
La menor virulencia e intensidad de las movilizaciones explicarían en mucho la menor “percepción” de conflictividad social actual. La resignación y el acostumbramiento social estarían haciendo también lo propio. Pero además, los medios masivos de comunicación —tal vez temerosos de aburrir a sus lectores con las mismas primeras planas, habrían encontrado en el conflicto político un buen sustituto. Como consecuencia, hay una falsa percepción de que las cosas —en términos de conflicto social, habrían mejorado significativamente.
Pero como bien se dice, “no echemos la culpa al mensajero”. La culpa —antes bien, es de la sociedad entera por no «encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes». Tal como decía la vieja receta aún vigente de JUAN JACOBO ROUSSEAU escrita con ocasión de su obra señera “El Contrato Social”