
Por: José Linares Gallo
Perú, creo que ya lo he dicho hasta el cansancio, atraviesa una severa crisis educativa. De hecho, el presidente ha sugerido que cubrir la brecha de inversión en infraestructura y equipamiento demandaría largos años. El mandatario también ha sido prudente al referirse a los logros que la Unidad de Medición de la Calidad ha reportado en el tema de rendimientos escolares. Muy bien por él, ya que quienes vemos y “tratamos con pinzas” estas cifras creemos que el presidente podría haber cometido un grave error si hubiese expresado algún tipo de banal triunfalismo.

Los resultados no son tan grandes como parecerían a primera impresión. Se los mide con un rasero “conservador” y congelado en el tiempo sin considerar que vivimos en la Era Digital y que todos nuestros escolares ya son “nativos” de dicha Era. También está el hecho que el MED obtiene el reporte de una fuente que pertenece a su propia estructura orgánica, lo que ensombrece inevitablemente estos hallazgos.
Los sociólogos podrían referirse así a la tensión entre “Principal y Agente”. Los científicos la calificarían de “metodológicamente inaceptable”. Y los políticos —siempre suspicaces– hablarían de “resultados inflados” para la ocasión. Pero como ya tenemos las cifras producidas, no está mal que los peruanos las comentemos. Yo mismo lo he hecho, aunque por supuesto con prudencia y siempre esperando contrastarlas con los resultados de la prueba internacional de PISA, de la cual no se puede sospechar ninguno de los problemas antes mencionados.

A propósito de esta evaluación internacional hemos visto como Finlandia —país cuya educación asombró a todo el mundo manteniéndose hegemónicamente en la cumbre mundial– poco a poco ha ido cediendo posiciones en favor de países orientales que han emergido como los “nuevos tigres” de la educación. El milagro educativo finlandés ya no lo es más ¿Qué es lo que ha pasado entonces?

Para quienes hemos podido ver los documentales exploratorios acerca del “milagro educativo finlandés”, tres aspectos llamaban poderosamente nuestra atención. El primero tenía y tiene que ver con la simpleza de su modelo educativo, donde los aspirantes a docentes pasan por un proceso de formación casi similar al de los internos en Medicina. Y, aunque sin el rigor y la fuerte institucionalidad de los galenos, se puede ver a estos candidatos a maestros dar clases frente a paneles de docentes experimentados. Los docentes no pasan por un proceso de “agua caliente”. El Estado los premia con las mejores remuneraciones públicas y la sociedad los aprueba. Un segundo punto es el hecho de que el sistema educativo finlandés no está muy apurado en apostar por una educación escolarizada tan temprana. El modelo educativo de Finlandia no es por lo tanto de exportación, como algunos optimistas pensaron. Funciona perfectamente bien para ellos porque el nivel educativo y cultural de los padres de familia es singularmente alto.

Un último punto de la educación finlandesa llamó poderosamente mi atención. Pero esta vez no por su originalidad o diligencia, sino más bien por su escasez. Escasez que no podía pasar desapercibida para para quien, como yo, ha tenido la suerte de dedicarse durante décadas a promover la tarea de introducir innovaciones tecnológicas en la educación escolar. Me dejó perplejo su poco acento en aspectos tecnológicos. No se trataba del modelo instaurado en Massachusetts donde desde E. inicial se apela a lo que denominan sin ambages “ingeniería escolar”. Se trataba más bien de una educación “franciscana” en medios tecnológicos.
Quienes se alistaban a imitar, emular, copiar, replicar o reproducir el modelo finlandés deberían comenzar a entender que la educación —si quiere ser competitiva– ya no puede seguir prescindiendo de la tecnología. También que tanto en educación, como en economía, los milagros sostenibles no existen y mucho menos son exportables.
