José Linares Gallo

En las últimas décadas, el mundo ha transitado desde un modelo de globalización liderado por Estados Unidos hacia una nueva configuración geopolítica, donde potencias emergentes como China replantean las reglas del desarrollo. Este cambio no solo está reordenando el comercio, la tecnología y las finanzas globales, sino que también obliga a países como el Perú a decidir con claridad qué modelo económico adoptar.

El economista norteamericano Michael Hudson, profesor en la universidad de Misuri, reconocido por su análisis del capitalismo industrial, sostiene que el orden global dominado por EE.UU. —basado en la financiarización, la privatización de servicios públicos y el dominio del dólar— está en declive. En contraste, China ha seguido una ruta distinta: ha construido su crecimiento sobre la base de la inversión pública, el control estatal de sectores estratégicos y la planificación industrial.

El capitalismo financiero, dominante en Occidente, prioriza la especulación, el endeudamiento y la acumulación de renta por sobre la producción. Hudson recuerda el caso de Thames Water en Inglaterra: una empresa de agua potable privatizada que se endeudó para pagar dividendos a accionistas y terminó al borde de la quiebra, sin haber mejorado los servicios para los ciudadanos. Este modelo tiende a desmantelar el aparato productivo nacional en favor de intereses rentistas.

En cambio, el capitalismo industrial —el que en el siglo XIX hizo grande a EE.UU. y Alemania— hoy encuentra su heredero en China. Lejos de depender del capital financiero privado, China creó su propio sistema de crédito, financió infraestructura, invirtió en investigación y desarrollo, y priorizó el mercado interno. Gracias a ello, sacó a más de 800 millones de personas de la pobreza en apenas cuatro décadas, según cifras del Banco Mundial. EE.UU., por el contrario, al igual que Europa y América Latina, han visto aumentar su población en situación de pobreza relativa, incluso en un contexto de crecimiento del PBI.

Para Hudson, EE.UU. ya no compite en términos económicos, sino que busca frenar a China mediante sanciones, conflictos geopolíticos y desinformación. No es solo una pugna comercial, sino una lucha ideológica que ha reconfigurado alianzas y rutas de desarrollo. En ese contexto, América Latina y el Perú enfrentan una encrucijada: seguir siendo economías dependientes de la exportación de materias primas o apostar por una verdadera soberanía productiva, aprendiendo de modelos industriales exitosos.

En las últimas décadas, el Perú ha visto crecer su sector financiero, pero sin un desarrollo equivalente en la producción. Pese al crecimiento macroeconómico, la industria no despega, la informalidad laboral persiste y la pobreza, tras la pandemia, no se ha reducido con la rapidez esperada. Incluso el turismo, que llegó a 4.5 millones de visitantes, hoy apenas alcanza los 3.5 millones. Las políticas públicas han priorizado la estabilidad fiscal por encima de una agenda productiva sostenible.

Frente a este panorama, es necesario preguntarse: ¿qué podemos aprender del modelo chino sin caer en imitaciones?

  1. Planificación estratégica con metas sociales claras: China no erradicó la pobreza solo con crecimiento económico, sino con políticas activas de redistribución, desarrollo territorial e inversión en capacidades humanas. El Perú necesita una agenda nacional de industrialización inclusiva, liderada por la planificación estratégica.
  2. Sistema financiero al servicio de la producción: La creación de bancos de desarrollo, la democratización del crédito y la promoción de proyectos tecnológicos deben dejar de ser retórica y pasar a ser política de Estado. Debemos evitar que el capital fluya solo hacia sectores especulativos.
  3. Soberanía tecnológica y educación para el siglo XXI: Invertir en educación técnica, ciencia y tecnología no es un lujo, sino una urgencia estratégica. El modelo chino muestra que el desarrollo no es posible sin un ecosistema educativo-productivo articulado.
  4. Uso inteligente de los recursos naturales: Debemos dejar de exportar materia prima sin valor agregado. El cobre, el litio y otros recursos deben servir como base para una industria nacional vinculada a la transición energética global.
  5. Estado activo pero no autoritario: El Perú puede adoptar una economía mixta donde el Estado regule, planifique y corrija desigualdades sin suplantar la iniciativa privada. No se trata de estatismo, sino de dirección estratégica.

Ni el modelo financiero estadounidense ni el modelo industrial chino son ideales ni replicables sin adaptación. Pero sí ofrecen señales claras: mientras uno ha concentrado la riqueza y debilitado su base productiva, el otro ha demostrado que un Estado que planifica puede transformar sociedades enteras. El Perú no puede quedarse al margen. En un mundo donde la globalización se redefine, necesitamos construir una estrategia nacional que ponga la producción, el conocimiento y el bienestar en el centro del desarrollo.

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