Por Eco. José Linares Gallo
Es casi una tradición que cerca de la finalización de un período gubernamental los gremios y ciertos sectores poblacionales reactiven y enfaticen demandas que aunque puedan lucir más o menos justas no dejan de tener el sello del oportunismo social y político. Los reclamantes o agitadores —según sea el caso, parten de la premisa que un gobierno de salida siempre es un negociador debilitado y por su parte los gobiernos de salida casi siempre están tentados a ganarse unos puntitos electorales mostrando empatías más allá de lo razonable.
A esta circunstancia que es muy propia de países con incipiente democracia se han sumado una serie de desencuentros entre oposición y oficialismo. El gobierno ha convocado por ello al Dialogo y conociendo su debilidad numérica en el Parlamento sensatamente prefirió retirar la Espada de Damocles al Gabinete Jara y oxigenarlo con algunos cambios ministeriales.
Estos períodos de sensatez política sin embargo serán cada vez menos frecuentes conforme los partidos vayan desempolvando y actualizando sus plataformas electorales. Y dado que en política nadie quiere ser el “langostino que se duerme y se lo lleva la corriente”, nuestras organizaciones políticas han comenzado poco a poco a salir de esa quietud cíclica muy propia de un país que lamentablemente aún no recupera su institucionalidad partidaria.
Como es usual y legítimo en toda democracia, los partidos de oposición buscan en esta fase reposicionarse. Y como consecuencia natural de ello suelen enfatizar y hasta radicalizar su crítica al gobierno de turno. Lo cual per se no es mala.
Antes bien, la severidad de la crítica haría un gran servicio al país si acaso ella sirviera para pivotear alternativas de salida a la problemática. Pero todos sabemos que los tiempos son poco propicios para la presentación de propuestas técnicamente concebidas. Nuestro “per cápita de lectura” es uno de los más bajos del mundo y en términos de gustos televisivos arrastramos la fama de haber generado —mundialmente, uno de los TALK SHOW más nocivos y despreciables. Los mexicanos saben muy bien de ello.
Por supuesto que nuestro empobrecimiento cultural y educativo no es lo único que nos hace refractarios a la buena lectura o a la escucha de mensajes técnicamente elaborados sino que para nuestra mala suerte concurre en este mismo momento una tecnología de comunicación que nos agarra “mal parados” y socava aún más nuestras débiles capacidades comunicativas. El twitter con su mensaje corto, instantáneo y muchas veces emotivo y visceral no podría ser más inoportuno para nuestra sociedad.
Debilitadas así nuestras capacidades comunicativas, los lectores, radioyentes y televidentes pareciéramos estar desarrollando y profundizando cada vez más una preferencia por lo telegráfico, lo grandilocuente, lo desmesurado, lo escandaloso.
Como consecuencia de ello los medios de comunicación —legítimamente ansiosos de mantener sus niveles de lectoría, han recurrido a diversas estrategias. En el mejor de los casos a infografías, textos reducidos, y primeras planas vistosas que tienen el propósito de atraer y facilitar la lectura.
Pero no en pocos casos, los medios de comunicación masiva han caído también en la tentación de reproducir diatribas, calumnias y difamaciones provenientes de algunos actores políticos deseosos de protagonismo elevando el “calentamiento global” de nuestra política.
En este tenso ambiente, los políticos que intermedian sus mensajes a través de la prensa no tienen chance alguna si acaso no se alinean con el actual estado de cosas. Como consecuencia solo parecieran bienvenidos a las salas de los medios, aquellos personajes que son capaces de codificar frases de impacto y de fácil consumo colectivo. El “fast food noticioso” busca entonces precipitar en los entrevistados la “frase noticia” que impacte en el recuento “hora a hora” de los titulares.