En las últimas décadas se ha tratado varias veces sobre la Reforma del Estado, y de hecho, se ha intentado reformar o modernizar el aparato estatal, en particular los órganos del Poder Ejecutivo. Lamentablemente, ninguno de estos intentos ha logrado satisfacer nuestro más caro deseo: contar con un estado eficiente, moderno, promotor del desarrollo y capaz de ofrecer servicios públicos satisfactorios a los ciudadanos.
Todos estos intentos, más allá de los problemas o dificultades conceptuales o interpretativas, adolecieron de una visión clara sobre el Estado y del contexto externo que lo rodea. Este Estado debería buscar el progreso y bienestar de la sociedad peruana en su conjunto y para ello debe fortalecer la institucionalidad pública. Las reformas, como la del Estado, requieren de consenso y credibilidad. Éstas serán exitosas si existe algún grado de consenso de las partes involucradas. Es decir, no pueden hacerse “de arriba hacia abajo” sino a la inversa, es decir por tomando como arista a los afectados por la misma reforma.