José Linares Gallo

La seguridad alimentaria es un imperativo global, y cada país enfrenta desafíos únicos en su búsqueda por salvaguardar el suministro de alimentos y garantizar la estabilidad en sus sectores agrícolas.

En Estados Unidos, la agricultura se sostiene mediante una combinación de pagos directos, préstamos a bajo interés y apoyo a los precios de cultivos.

La regulación de importaciones también es clave, equilibrando la producción nacional con las importaciones extranjeras.

La Unión Europea, por su parte, ha adoptado la Política Agrícola Común (PAC), centrada en asegurar ingresos justos, estabilizar mercados y garantizar el suministro de alimentos. Incluye subsidios directos, pagos por superficie y medidas de desarrollo rural.

En Asia, China ha implementado reformas en la tenencia de la tierra para mejorar eficiencia y equidad. Aunque la mayoría de la tierra es estatal, el gobierno establece precios mínimos para productos agrícolas clave. Sin embargo, desafíos recientes como el cambio climático, la pandemia de COVID-19 y conflictos geopolíticos han impactado negativamente en la seguridad alimentaria mundial, afectando especialmente a países en desarrollo, como es el caso de Perú.

A pesar de ser reconocido por su cocina y diversidad climática, Perú enfrenta desafíos significativos en materia de seguridad alimentaria.

Durante la pandemia, la dependencia de patrones de consumo importados generó escasez de alimentos y elevó la inflación alimentaria al 12% en 2022. Aunque actualmente ha disminuido al 5%, la inseguridad alimentaria afecta a 16.6 millones de peruanos (50% del total), duplicando la cifra pre-pandemia.

Frente a esta situación, el alcalde de Lima ha implementado medidas inmediatas, como destinar 80 millones de soles a ollas comunes y lanzar el programa “Adopta una olla”.

Estas iniciativas son valiosas a corto plazo, pero una solución sostenible y a largo plazo requiere un enfoque integral, similar al adoptado por países desarrollados.

Es esencial cambiar los patrones de consumo para fomentar la producción agrícola nacional y reducir la dependencia de importaciones.

Una propuesta viable es la sustitución de importaciones de harina de trigo por harinas locales (papa, camote y yuca) fortificadas con cereales andinos como maca y quinua, que podrían también reemplazar diversas menestras importadas, mejorando así el valor nutricional.

Esta transición no solo fortalecería la seguridad alimentaria, sino que respaldaría la producción agrícola local, especialmente en las parcelas de autoconsumo del Ande, que hoy son gestionadas mayoritariamente por mujeres debido a la migración de los hombres en busca de empleos mejor remunerados, y que se encuentran abandonadas por el Estado.

Además, existe una oportunidad destacada en el aprovechamiento de los recursos marinos peruanos. Aunque históricamente se han exportado principalmente como harina de pescado para alimentar animales, es imperativo renovar y modernizar la tecnología de las plantas procesadoras y las embarcaciones pesqueras. Esto permitiría la producción de alimentos de alto contenido nutricional para el consumo humano en lugar de exportar exclusivamente harina de pescado.

En conclusión, si bien las iniciativas actuales son valiosas, la adopción de estrategias más sostenibles y la colaboración estrecha entre los sectores público y privado son esenciales para superar los desafíos existentes. La protección de la producción agrícola nacional, cambios en los patrones de consumo y la maximización de los recursos locales son claves para garantizar un suministro alimentario seguro y sostenible.

En un enfoque innovador, resulta urgente actualizar los términos tecnológicos, económicos y empresariales en las lenguas originarias predominantes en las comunidades rurales peruanas, especialmente aquellas relacionadas con la agricultura. Esta actualización no solo facilitaría la comunicación en un mundo cada vez más digital, sino que también mejoraría productividad de las parcelas al potenciar el cultivo de tubérculos, granos y cereales altamente nutritivos.
Este proceso debería comenzar con la mejora de la educación básica en las escuelas, incluyendo la capacitación docente que incorpore el quechua actualizado a la Era Digital. Este esfuerzo también debería ser respaldado por el Ministerio de Agricultura, con un enfoque especial en las mujeres productoras agrarias no hispanohablantes.

Un ejemplo actual de esta sinergia potencial es la cosecha del camote, que ocupa miles de hectáreas en el país. A pesar de su relevancia, su precio es prácticamente insignificante, llegando a solo 0.15 centavos el kilo cuando se intenta vender directamente, mientras que llega a los 2 soles en el mercado.

Sin embargo, si el camote se destinara no solo al consumo directo, sino también a la generación de snacks y harina fortificada con cereales y granos andinos, podría convertirse en una alternativa valiosa a la importación de distintos productos, incluyendo el trigo que se importa en un 80%.

Por ECO. José Linares Gallo

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