La riqueza mundial se triplicó en las últimas dos décadas, y China, por primera vez, ocupa el puesto del país más rico del planeta con 120 billones de dólares (en el año 2000 apenas contaba con 7 billones); le sigue Estados Unidos con 90 billones (25% menos que China) y luego, muy por detrás, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá, Australia, Japón, México y Suecia; esto según un reciente informe de investigación del McKinsey Global Institute, “Auge del Balance Mundial”, que examina los balances nacionales de diez países que representan más del 60% de los ingresos mundiales.
La investigación de McKinsey determinó que el patrimonio neto en todo el mundo aumentó a $ 514 billones en el 2020, desde $ 120 billones en el 2000. En gran parte con nuevo endeudamiento.
Asimismo, el 68% del patrimonio neto global se almacena en bienes raíces (inmuebles), y solo el 4% en bienes intangibles como la propiedad intelectual y las patentes. Lo que señala que las economías no almacenan su riqueza productivamente; de reiterarse la crisis inmobiliaria del 2008, las economías de estos grandes países serían altamente vulnerables.
El «éxito» económico de China copia la característica más controvertida del modelo estadounidense: la concentración de patrimonio entre los más ricos. En las dos mayores economías del planeta, más de las dos terceras partes de la riqueza están en manos del 10% de los hogares. Y además esta tendencia ha aumentado en las últimas dos décadas. Si en el año 2000, los más ricos controlaban el 67% de la riqueza en Estados Unidos, en 2019 la cantidad aumentó hasta el 71%. Mientras que, en China, si hace 20 años, los hogares más ricos poseían el 48% de patrimonio global del país, en 2015 ya controlaban el 67%. Esto demuestra que la concentración de la riqueza es igual en los Estados de economía de libre mercado que en los de socialismo de mercado.
La mayor desigualdad en China y Estados Unidos, se expresa en el desigual de acceso a servicios como la salud, la educación, el transporte y la seguridad en los barrios; principalmente en la población de menores ingresos.
Según los planes de desarrollo del gobierno chino, se está buscando atenuar la desigualdad de los ingresos y la brecha de riqueza, para que se distribuya de manera equitativa entre los 1,400 millones de habitantes de China, a través de impuestos a la propiedad y a las herencias de los ricos, para ir progresivamente hacia el objetivo político de lograr la “prosperidad compartida” en 2035.
En los Estados Unidos, 40 millones de personas viven en pobreza y 18.5 millones en extrema pobreza, y para enfrentarla, la actual administración ha propuesto políticas de pleno empleo (inversión en infraestructura), protección social para los más vulnerables, sistema de justicia más justo y efectivo, políticas de igualdad racial y de género, y se está planteando impuestos a la riqueza.
Por su parte, el Fondo Monetario Internacional considera que los impuestos a los altos ingresos contribuirán a asegurar el desarrollo mundial, en combinación con otras políticas redistributivas.
El estudio de McKinsey recomienda que, post pandemia, los gobiernos deberían dar prioridad al crecimiento del PIB real (promover la inversión productiva). Deben reducir progresivamente el estímulo monetario y fiscal y sanear los balances del sector público, impulsar la demanda agregada y promover la inversión, ya sea de la variedad empresarial tradicional o para abordar los desafíos sociales como el cambio climático y la vivienda asequible, a través de mecanismos como la regulación del carbono y el desarrollo urbano y la zonificación.
Respecto al aumento de la inversión pública, recomiendan enfocarla en infraestructuras, educación y salud, y aumentar el rendimiento social de los activos públicos gestionándolos de forma más eficaz.
En el 2019 en el Perú, el 1% de la población concentraba el 23.7% de la riqueza (Bloomberg), concentración que debe haber aumentado por efecto de la pandemia, junto con la mayor desigualdad, expresada en el incremento del 10% de la pobreza y pobreza extrema en el país en 2020.
Por ECO. José Linares Gallo