Cuesta comprender cómo el presidente de Estados Unidos sostiene una posición tan desconectada de las dinámicas actuales. Frente una crisis económica que se arrastra desde hace más de treinta años, insiste en incrementar el gasto a través de emisión monetaria sin respaldo productivo. Mientras el déficit fiscal crece sin corrección estructural, el debilitamiento del petrodólar erosiona la hegemonía financiera que durante décadas sostuvo el dólar.
Ese escenario está cambiando. China y Rusia, actores clave —uno como el mayor comprador de energía, el otro como gran productor— han dejado de operar bajo ese esquema. Paralelamente, la devaluación progresiva del dólar reduce su poder como moneda de referencia y golpea internamente a EE.UU., donde la inflación erosiona el poder adquisitivo de sus ciudadanos.
En este contexto, la estrategia proteccionista de Trump, basada en aumentos desmedidos de aranceles, daña las reglas del comercio internacional, afecta tratados vigentes y genera incertidumbre global. Además, perjudica a la economía norteamericana al alentar la inflación y forzar una mayor presión sobre las tasas de interés de la Reserva Federal.
La historia confirma que este tipo de medidas no suele tener éxito. Durante la Gran Depresión, la Ley Smoot-Hawley de 1930 elevó aranceles para proteger empleos, pero desató represalias globales que agravaron la crisis. Décadas más tarde, en 1987, Ronald Reagan advertía que estas políticas terminaban dañando más a Estados Unidos que beneficiándolo.
En el escenario actual, Trump impuso aranceles generales del 10%, aunque luego suspendió su aplicación por 90 días para renegociar acuerdos. Sin embargo, frente a China, EE.UU. impuso aranceles de hasta un 145% sobre una amplia gama de productos, que se suman a medidas anteriores ,heredadas también por la administración Biden, con lo que se alcanza una carga arancelaria total de hasta 245%.
La respuesta china no se hizo esperar. Pekín aplicó aranceles de hasta el 125% a bienes estadounidenses y aceleró su búsqueda de autonomía tecnológica e industrial. Inversiones masivas en investigación y desarrollo, y estrategias como “Made in China 2025”, apuntan a reducir la dependencia tecnológica occidental en sectores clave como los chips, el 5G o la inteligencia artificial.
En línea con esta postura, el viernes pasado, durante un desayuno de la Cámara de Comercio Peruano China (CAPECHI), el embajador Song Yang fue enfático al afirmar que los aranceles recíprocos impulsados por Estados Unidos no solo han fracasado en su intento de resolver el desequilibrio fiscal, sino que están dañando directamente a la propia economía estadounidense. Señaló que, tras los anuncios arancelarios, la bolsa de Nueva York perdió seis billones de dólares en tres días, y que los hogares norteamericanos sufren una pérdida promedio de 3,800 dólares al año en poder adquisitivo debido al encarecimiento de productos importados. Calificó a los aranceles como “impuestos insoportables en la vida”, y advirtió que muchas de las medidas son ya “juegos de cifras sin sentido económico”, que podrían hacerle perder a EE.UU. hasta un 45% de sus ingresos por comercio exterior. Con más de 73,000 empresas estadounidenses operando en China y una inversión acumulada de 1.2 billones de dólares, el propio garrote arancelario termina golpeando primero a las compañías norteamericanas. Frente a ello, afirmó, China mantiene firme su crecimiento, con un 5.4% del PBI en el primer trimestre de 2025 y una red comercial cada vez más diversificada.
Tengamos en cuenta, además, que China dispone de otras herramientas estratégicas. Una de las más relevantes es su tenencia de deuda estadounidense, con cerca de 700 mil millones de dólares en bonos del Tesoro. Una venta masiva de estos activos afectaría directamente la posición del dólar. A esto se suma el dinamismo sostenido de su economía y la ampliación estratégica de sus vínculos comerciales con Europa, Asia, África y América Latina.
Por otro lado, China ha impulsado tratados multilaterales como el RCEP y consolidado su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, con infraestructura en más de 140 países que permite establecer nuevas redes comerciales sin depender de EE.UU.
En el plano financiero, si los aranceles mantienen la presión sobre los precios, la FED podría verse obligada a subir tasas, enfriando el crecimiento. Mientras tanto, China promueve el yuan digital y acuerdos bilaterales para comerciar sin dólares, como ya hace con Rusia y Arabia Saudita.
Tal vez por ello, Trump ha comenzado a moderar su discurso. En declaraciones recientes, prometió que sería “muy amable” con China y que reduciría drásticamente los aranceles que él mismo impuso. Quizá porque entiende que la economía estadounidense no puede desacoplarse de la china, ni siquiera en su complejo industrial-militar.