José Linares Gallo

La educación peruana no entró en crisis con la pandemia: ya llevaba décadas arrastrando graves problemas estructurales. En 2003, el propio Estado reconoció esta situación al declarar la educación en emergencia nacional luego de años de deterioro en la calidad de los aprendizajes, abandono de la infraestructura, magros salarios docentes y un sistema de gestión burocrático y desarticulado. Dos décadas después, esa crisis no ha terminado. Por el contrario, ha cambiado y se ha vuelto más compleja a pesar del incremento significativo del salario de los docentes (de S/.805 a más de S/.3000) y del presupuesto para educación.

Hoy, el país vive una emergencia educativa constante. Más de 1,200 colegios deben cerrarse por riesgo estructural, decenas de miles de niños no acceden a servicios educativos de calidad, y la brecha digital revelada por la pandemia expuso que millones de estudiantes quedaron al margen del sistema. A esto se suma la saturación de la educación pública, debido a la quiebra de colegios privados durante la pandemia. Mientras tanto, el esfuerzo de las familias por mantener a sus hijos en la escuela sigue chocando con un Estado que no logra garantizar condiciones mínimas para el aprendizaje.

Frente a esta crisis prolongada, la pandemia dejó una lección importante: cuando se articulan bien, las herramientas digitales pueden contribuir a mejorar la calidad educativa. Proponemos consolidar un modelo de educación híbrida, que ya se aplica con éxito en muchas partes del mundo y que, puede elevar significativamente el nivel educativo en el Perú. Esto es aún más urgente considerando que muchas escuelas siguen operando en infraestructura precaria, vulnerable incluso ante sismos de 6°, mientras los expertos anticipan un posible gran terremoto que podría alcanzar magnitudes cercanas a 9°.

El aula virtual no debe entenderse solo como un medio de comunicación entre el docente y el estudiante. Su verdadero valor radica en su capacidad para complementar la educación presencial. En una clase híbrida, ciertos contenidos y recursos se pueden explorar previamente en la plataforma virtual, permitiendo que los estudiantes se acerquen al tema a su propio ritmo, de acuerdo con sus estilos y tiempos de aprendizaje.

Esta articulación entre lo virtual y lo presencial es la esencia de la educación híbrida. No se trata de dividir el tiempo entre pantallas y aulas, sino de integrar ambos espacios en un proceso pedagógico coherente. En este modelo, cobran especial relevancia las estrategias de gamificación: aplicar dinámicas propias de los juegos —retos, niveles, medallas, rankings— al proceso educativo. Estas herramientas no solo aumentan la motivación y el compromiso de los estudiantes, sino que también fomentan la concentración, la participación activa y el aprendizaje significativo.

Si bien la educación universitaria presenta condiciones más favorables para aplicar este enfoque, muchos docentes aún no logran articular los entornos digitales con la dinámica de sus clases. En el nivel primario, el reto es distinto: captar y mantener la atención de los niños exige mayor creatividad y el uso de técnicas lúdicas, dinámicas y participativas. Aun así, todo puede abordarse con planificación adecuada y recursos bien diseñados. Además, el modelo híbrido permite reducir riesgos asociados a la seguridad ciudadana, el tránsito o el difícil acceso a zonas rurales, ampliando el derecho a la educación sin sacrificar calidad.

La educación híbrida no solo es una opción moderna, sino una necesidad urgente. Lejos de representar una amenaza a la calidad educativa, es, por el contrario, la única solución viable para mejorar la educación del Perú, adaptándola a los desafíos actuales y futuros. Esta urgencia se acentúa cuando se consideran los más de 1,200 colegios que deberían ser retirados del uso diario para salvaguardar la integridad física de los niños, expuestos a estructuras vulnerables frente a un posible gran terremoto. Lima y la costa central viven en lo que se conoce como un «silencio sísmico»: desde el devastador sismo de 1746, de magnitud estimada entre 8.8° y 9°, no se ha registrado otro evento de semejante intensidad, lo que indica una peligrosa acumulación de energía tectónica por más de 275 años.

En este contexto, resulta indispensable que instituciones como Defensa Civil, los gobiernos locales y el propio Ministerio de Educación se pronuncien con mayor claridad y urgencia sobre los protocolos de seguridad y uso de la infraestructura educativa. No es posible hablar de calidad educativa sin condiciones mínimas de seguridad, ni es responsable seguir esperando que esta emergencia se resuelva sola. Apostar por un modelo híbrido no es solo modernizar la educación: es garantizar el derecho a aprender, incluso en medio de la precariedad.

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